Se me eriza la piel cada vez que recuerdo sus manos.
Y qué manos.
Creo
que nunca antes nadie me había tocado así.
Le sentía dentro.
Era como
cuando Sol y Luna forman un eclipse.
No sé, era como si me penetrara sin
hacerlo.
Conseguía hacerme temblar con tan sólo rozarme.
Enredaba sus
manos en mi pelo y esnifaba mi perfume.
Pero la yonki era yo.
Deseaba
que me consumiera, que se apoderara de mí y me hiciera suya. Que jugara
conmigo a su antojo y gimiera de placer. Satisfacerle, ser la dosis
necesaria para crear adicción.
Sin exceso.
Ser droga en pequeñas
porciones.
Y alimentarle. Llenarle de mí y dejar que desordene mi
habitación y mi alma.
Ponerlo todos patas arriba y complacerle.
Y amanecer por la mañana.
Café y tostadas con mermelada.
Y después del desayuno, de vuelta a la cama.
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