miércoles, 10 de julio de 2013

*





Mira, aún la guardo.
Ese clavel rojo que me regalaste hace ya varios meses.
 Ha pasado mucho tiempo y lo recuerdo como si fuese ayer.
 Recuerdo perfectamente como me sentí.

Pequeña, inmensamente pequeña.
 Tan diminuta que me sentía prácticamente invisible.
 Tanto, que por poco desaparezco.

Qué podía esperarse de una barata imitación. 
A mí me gustan las rosas a pesar de las espinas.

Te confieso que se me pasó por la cabeza deshojar ese clavel cual margarita fuere. 
Pero luego pensé en cómo me sentí y no fui capaz. 
Hubiera sido muy egoísta por mi parte, ¿no crees? 
Qué culpa tendrá esa pobre flor para merecer ser desnudada pensando en otra persona. ¿Quién soy yo?
Sería muy cruel revivir ese momento.
Pero, ¿sabes? Ahora la uso como punto de libro, por si me pierdo.
 La usaré mientras no sea capaz de pasar página. 
Mientras todos los puntos sean seguido y no a parte.
 Mientras sigan existiendo puntos suspensivos.

Y mira que mientras te tuve jamás te escribí. 
Creo que es por eso que ahora escribo más que nunca; porque sé a ciencia cierta que no me lees, que puedo escribirte sin esperar respuestas.
 Porque créeme, ya no las necesito.


No hay comentarios:

Publicar un comentario